Nouriel Roubini, el economista, profesor de la Universidad de Nueva York, que predijo la crisis financiera del 2008, concluye que esta crisis será peor que aquella, y que probablemente se acerque a la gran depresión de 1929. La producción de bienes y servicios (salvo los esenciales) está deteniéndose en seco, lo mismo que el comercio mundial, el turismo, el consumo y la inversión. Es el resultado de la cuarentena forzosa, necesaria para combatir el flagelo del coronavirus, que ahora acata un cuarto de la población mundial, y que seguramente llegará a cubrir a la mitad muy pronto.
De la crisis financiera del 2008 las economías se recuperaron en un año y unos pocos meses, luego de un gigantesco salvataje a los bancos en todo el mundo. Estados Unidos dio dos paquetes de rescate, el primero de 800,000 millones de dólares con Bush y el segundo de 700,000 millones de dólares con Obama. Un total de 1.5 trillones de dólares, que dispararon el déficit fiscal al 10 % del PBI por tres años. Fue relativamente fácil reactivar (sic) la economía porque la crisis cortó la cadena de pagos mundial al quebrar Lehman Brothers y el resto de los bancos se quedaron sin liquidez; bastó inyectar dinero a la vena y la economía revivió con nuevos bríos.
Esta vez no va a ser tan fácil. La economía mundial está paralizada, comenzando por los más grandes bloques y países: Europa, China, Estados Unidos y Japón. Es como si se hubiera producido una gran huelga general de todos los trabajadores (privados, públicos, independientes), decretada por los gobiernos. No ha sido el levantamiento proletario que pregonaron durante mucho tiempo los trotskistas y temieron toda la vida los reaccionarios. Los bancos tienen liquidez, las empresas tienen máquinas y equipos ociosos, los trabajadores (dependientes e independientes) tienen capacidades, tiempo libre y ganas de trabajar.
Como en la década del treinta del siglo pasado, con Roosevelt y su New Deal, y Keynes, y sus políticas fiscales y monetarias, va a tener que ser el Estado el que quiebre esta recesión, que eche a rodar la bola de la economía. El Estado tiene que diseñar y ejecutar un paquete económico amplio y eficaz para mover la economía de nuevo.
En Estados Unidos, ya se ha aprobado un paquete de 2.2 trillones (millones de millones) de dólares, que contiene transferencias de dinero directamente a las personas (1,200 dólares) y a los hogares (2,400), con menos de 75,000 dólares de ingresos anuales; suspensión de pagos de todos los créditos educativos; aumento de los beneficios por desempleo (600 dólares adicionales por 4 meses); líneas de crédito, garantías e inversión a las empresas privadas por 500,000 millones de dólares; 32,000 millones para la aerolíneas, aeropuertos y hoteles; 117,000 millones para los hospitales; los contratistas y trabajadores independientes son elegibles para recibir ayuda federal directamente (como los taxistas de UBER y repartidores de Amazon); 100 millones para el fomento de las artes; 450 millones para asistencia alimentaria; 324 millones para evacuar a los norteamericanos varados en diversos países; protección a los propietarios de viviendas de las hipotecas y a los inquilinos de las deudas; 1,000 millones para el Cuerpo de Paz, servicio diplomático, desastres y refugiados. El déficit se ha incrementado al 5.6% del PBI, y va a seguir creciendo.
En el Perú, algo de esto se está haciendo, y ciertamente hay que hacer mucho más. El MEF y el BCR podrán sacar muchas lecciones de China, Corea, Estados Unidos y otros países. Pero, y este es un gran pero, la gran pregunta que nos tenemos que hacer todos es la siguiente: ¿Al día siguiente de controlar el coronavirus queremos volver a la situación en la que nos encontrábamos el día anterior al coronavirus?
Algunos responderán sin dudarlo que sí, queremos regresar a esa situación: mi grupo económico estaba creciendo, mi banco tenía liquidez, mi empresa tenía buenas utilidades, mi sueldo mensual como ejecutivo era bien alto, todas las variables macroeconómicas (exportaciones, divisas, inflación, ahorros e inversión) estaban funcionando perfectamente. Tienen derecho, y probablemente razón, para pensar de esa manera.
Pero, ¿queremos regresar a más de 20% de la población en pobreza, al caos en el transporte urbano, a la informalidad rampante, a la minería ilegal, a las viviendas precarias arrasadas con cada nuevo huaico, a la anemia y la desnutrición de los niños y la obesidad de los adultos, a la estructura primario-exportadora, a la delincuencia desbocada, a las familias que se mueren cada año en los friajes, a los jóvenes desempleados o subempleados? ¿a todo eso? Estoy seguro de que una gran mayoría dirá que no, que no quiere regresar a lo mismo, a reponer el statu quo. Este paro forzoso nos ha permitido pensar mejor. Por eso, la palabra de orden no es “reactivar la economía”, ni regresar al “crecimiento económico”: se trata ahora de ser audaces, proponerse metas más altas: lograr para el Perú un “desarrollo sostenible” (económica, social, ambiental e institucionalmente).
¿Será fácil lograrlo? No. ¿Los cambios necesarios son compatibles con mantener una buena macroeconomía, crecimiento, buenas utilidades, sueldos altos? Si. Los grupos económicos, los bancos, las grandes empresas, los altos ejecutivos, se pueden y deben sumar a este objetivo de transformar la sociedad peruana. ¿Cuándo hay que empezar a hacerlo? Desde ahora mismo, no hay que esperar a que se gane la batalla al coronavirus, se habrá perdido un tiempo valioso. ¿Quién deberá liderar este trabajo? El Estado, el presidente, la PCM, sus instituciones de planeamiento y concertación como el CEPLAN y el Acuerdo Nacional. Ellos deberán convocar (por el momento virtualmente) al sector privado, a los trabajadores organizados, a las universidades, a los partidos, a la sociedad civil y ponerse a trabajar desde ahora en cómo serían esas transformaciones que debemos realizar para aprovechar plenamente este tiempo, propicio para la reflexión, el análisis y los sueños, que nos ha impuesto el coronavirus.
Regresaré con algunas ideas al respecto.
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