¿Para qué educar? Es evidente que la universidad cumple un rol social. Allí no solo se forman profesionales sino personas. Nuestro país no solo requiere de “mano de obra calificada” sino, también de profesionales con valores, gestores honestos, políticos comprometidos con el desarrollo, entre otros. En ello la universidad tiene mucho que aportar, pero ¿cómo contribuir en la formación de personas?
¿Cómo formar en valores? Los valores, como cualquier actitud, no pueden enseñarse en clases del mismo modo que se enseñan contenidos o técnicas. No se aprenden a partir del estudio, sino que, se incorporan a partir de la experiencia y a partir de los ejemplos. Es decir que no se trata de los contenidos de las clases sino, principalmente, del tipo de relación que se establece entre los alumnos, docentes, personal administrativo y la universidad en su conjunto. Uno no puede enseñar la sinceridad, el compromiso social o el respeto, en una clase si estos no se viven en el aula y en la universidad como una característica valorada. Esto implica cambiar el foco de la formación.
No se trata de una educación profesionalizante que se mide a través de lo que el alumno logra o no logra hacer sino de una formación integral que, como proponía Kolvenbach, SJ. (Discurso del 2000 en Santa Clara), se mide a través de lo que el alumno llega a ser.
Pero ¿cómo incidir de ese modo en los sujetos que pasan por una casa de estudio? Hay que empezar desde las bases. Como señaló Kolvenbach esto debe plasmarse en la misión. Ahora bien, no se trata de la misión que se escribe en los documentos institucionales. No se trata de misión explicita. Se trata más bien de la misión que se inscribe, desde la fundación, en las prácticas y los vínculos que establece una institución. Esta misión implícita a veces coincide en cierta medida con la que se difunde explícitamente, otras veces se encuentra en directa oposición. Del mismo modo que el padre que maltrata no solo no tiene éxito en promover una cultura de paz, sino que además remarca su propia violencia; la institución cuya misión es solo palabras, trabaja en contra de su misión en lugar de para ella.
Para Kaës, psicoanalista francés, el deseo que se pone en juego en la fundación de una institución afecta, profundamente, la vida anímica de quienes trabajan en ella. Este deseo, aunque no se verbalice, se comunica de modos no explícitos entre los diferentes miembros de la institución y, podríamos decir, construye, silenciosamente, las bases para la cultura institucional. Define la forma en la que cada nuevo colaborador o estudiante será acogido y acompañado.
Desde esta óptica, que pone énfasis en la misión y fundación para la trasmisión de valores, actitudes y deseos prosociales cobramos conciencia de la problemática de la educación superior generada para lucrar. Si el deseo en la fundación y la misión implícita influyen fuertemente en la trasmisión de valores, una institución fundada únicamente para generar dinero no podrá menos que trasmitir dicho deseo como fundamental. Empujará, desde su base, a que prime el individualismo y el bien particular.
En un contexto donde las llamadas “universidades empresa” proliferan, cabe preguntarnos sobre el compromiso social de la universidad. ¿Se trata de una universidad fundada solo con el fin de lucrar o desde sus bases hay un deseo diferente? Y en ese sentido ¿Estamos impulsando la formación de ciudadanos comprometidos con el desarrollo? o ¿Estamos formando sujetos, competentes, comprometidos solo con su bienestar personal?
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