Cristian Java Ríos no ocupó cargos públicos, no ganó ningún reconocimiento ni fue una figura mediática, tampoco estuvo envuelto en actos corrupción ni cometió delito alguno. Era un joven peruano de 22 años defensor del bosque que fue asesinado esta semana por taladores ilegales quiénes también hirieron a otros cinco defensores. Esto sucedió en la comunidad nativa La Petrolera, ubicada en el distrito Urarinas en Loreto, hogar del Pueblo Urarina, uno de los 55 pueblos indígenas del Perú.
¿Acaso La Petrolera está tan lejos que la justicia no llegará? Al igual que en el asesinato de los cuatro defensores del pueblo asháninka en el 2014, existían denuncias contra los invasores sin que haya habido acción alguna por parte de la justicia peruana. Hace más de un mes los apus (autoridades nativas) de la comunidad se presentaron ante la Fiscalía Provincial Penal Corporativa de Nauta para entregar dos escopetas incautadas a los invasores y sentar una denuncia, como consta en el acta respectiva. Sin embargo, según informa la Organización Regional de los Pueblos Indígenas del Oriente-ORPIO, tras la denuncia no se inició investigación ni el caso fue asignado a un fiscal. Una actuación oportuna de la fiscalía hubiera evitado la trágica muerte de Cristian. (para mayor información ver http://www.orpio.org.pe/?p=959)
Estos hechos pueden interpretarse como expresión de la discriminación, abandono y postergación del Estado peruano para con los pueblos indígenas; evidencian la ineficiencia del sistema de justicia en los territorios más alejados del país; y también dejan al descubierto actos de corrupción que dejan impunes a las mafias de taladores ilegales que están depredando nuestros bosques amazónicos para favorecer el comercio de maderas finas, por las cuales se pagan altos precios en los mercados internacionales. Sobre este tema, cabe recomendar el libro “Guerras del interior”, un magnífico trabajo de investigación periodística de Joseph Zárate, que contiene tres historias: madera, oro y petróleo, que nos dan a conocer cómo las empresas y las mafias no solo atentan contra la vida de los seres humanos, sino que ponen en riesgo los ecosistemas y desestructuran los mundos que hacen posible la existencia de los pueblos indígenas.
Lo que ocurre tan lejos de las ciudades, parece no importar, por eso no ocupa titulares ni concita la atención; se trata de un crimen en un lejano bosque donde no hay fantasía sino cruda realidad, donde nuestros compatriotas no mueren en un cuento sino en una crónica anunciada, donde no hay castillos sino comunidades nativas y en donde los héroes son pobladores indígenas que mueren en defensa de su bosque. Con pesar, cabe preguntarse si estas mafias han alcanzado a fiscales, jueces, periodistas, policías, funcionarios, entre otros funcionarios. Mientras tanto, el pueblo ucarina llora la muerte de Cristian y las cuencas de Chambira y Patoyacu siguen en peligro.
Cristian Java deja un niño de apenas seis meses, quien probablemente preguntará algún día por su padre, por qué no está a su lado, cómo murió y si obtuvo justicia ¿Qué le responderemos?
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