El último trimestre del año pasado fue particularmente prolífico en anuncios y compromisos de gobiernos locales y empresas orientados a reducir la contaminación por plásticos de un solo uso. Nadie quería quedar fuera de la foto del momento motivada en gran medida por la intensa campaña mediática desarrollada por el Ministerio del Ambiente (MINAM) con el apoyo de diversas organizaciones. El Congreso de la República también capitalizó la preocupación pública y, tras más de un año de debate y más de 20 proyectos de ley, llegó a un consenso y promulgó la ‘Ley de plásticos’ el último 19 de diciembre.
Pero todo consenso es transitorio. Han pasado ya más de dos meses y el ímpetu inicial ha menguado a tal punto que ya casi nadie habla del tema a no ser por el eventual reportaje veraniego y las infaltables recomendaciones para no dejar basura en las playas. Suponemos que tanto MINAM como el Ministerio de la Producción (PRODUCE) trabajan en el reglamento de la ley, el cual deberá estar listo antes de julio. Así mismo, esperamos que algunos sectores de la industria, que en su momento se mostraron contrarios a la propuesta, ya estarán invirtiendo en alternativas enmarcadas en el futuro reglamento.
Pero a la luz de la evidencia, también es posible que se cumplan los plazos fijados y la elaboración del reglamento quede atrapado en el lodo de las buenas intenciones. Mientras tanto, seguiremos esperanzados en alguna solución milagrosa que convierta el plástico en alimento o el descubrimiento de algún bioplástico prodigioso hecho de cáscara de papa.
No hace falta mucho escepticismo para pronosticar semejante resultado. Más aún considerando los poderosos intereses que desde un inicio han tratado de descarrilar el tren de la propuesta legal. Si a ello le sumamos que nuestra capacidad de respuesta ciudadana muchas veces se limita a las redes sociales (por lo general a un pronunciamiento individual en el “muro de los lamentos”), lo más probable es que la situación no cambie en mayor grado.
Hay que entender que por un tema de escala la contaminación de los mares por plásticos no va a reducirse porque algunos cuantos reduzcamos el consumo de bolsas o usemos cepillos de bambú. Como hemos remarcado desde Oceana, se necesita una respuesta estructural de parte del Estado ya que la solución a este problema pasa por una adecuada política de manejo de desechos, para lo cual se requieren compromisos e inversiones a una escala que supera los presupuestos de los gobiernos locales, a cargo precisamente del manejo de la basura.
Hay que considerar que tenemos más de 1600 botaderos informales reconocidos y menos de medio centenar de rellenos sanitarios para atender la producción de desechos de todo el país. Además, en el colmo de la infamia, algunas autoridades municipales echan basura de manera cotidiana en playas y ríos sin la menor vergüenza, incluso el desarrollo de infraestructura clave como los rellenos sanitarios se ha visto enrarecido por la corrupción de funcionarios públicos.
Peru es por ahora un ejemplo para Sudamérica en legislación para prevenir la contaminación por plásticos de un solo uso. Nos falta aún reglamentar la ley para lo cual se requiere voluntad política y disposición para una negociación que no será fácil entre MINAM y PRODUCE, sin menoscabo del infaltable lobby de un sector de la industria. Para que este proceso llegue a buen puerto y contemos con un reglamento claro y preciso se necesita de la participación informada de la sociedad civil. Para ello se requiere transparencia y acceso a la información, algo de lo cual el estado peruano recién está aprendiendo.
Si bien hasta ahora hemos observado cómodamente este proceso separados por una pantalla, es hora de que nos animemos a construir un país sin plásticos de un solo uso de manera más activa. Las opciones y acciones individuales ya no son suficientes, los colectivos que trabajan en el tema deberán canalizar la preocupación de la sociedad para contar con políticas públicas adecuadas y efectivas. Por lo pronto, ya está hecha la Ley.
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