Nuestra sociedad está literalmente tapizada por plástico. Decenas de miles de artículos, partes y piezas hechas de algún tipo de plástico nos acompañan en nuestra rutina diaria. Una porción significativa de los mismos termina su vida útil en basurales, ríos y mares. Una pequeñísima fracción (0.3% según cálculos del MINAM) del plástico que desechamos en el Perú es recuperada en algún proceso de reciclaje. El resto se degrada muy lentamente y, ya sea que flote o se hunda en el mar, la arena o las faldas de los nevados, nos seguirá acompañando por el resto de nuestras vidas y a las siguientes generaciones.
Con la aprobación de la ley que limita el consumo plástico de un solo uso se apunta a contener la proliferación de artículos muchas veces prescindibles. Además, busca crear incentivos para un uso más cuidadoso y prolongado de los plásticos que no pueden ser, en un primer momento al menos, evitados. Por otro lado, como era obvio esperar, han aparecido numerosas iniciativas que, en nombre de la innovación, nos ofrecen alternativas que servirían para reemplazar a los plásticos que usamos hoy en día por otros plásticos “menos contaminantes” y muchas veces “biodegradables”.
Para comenzar hay que tomar en cuenta que al final del día un plástico hecho de cualquier materia de origen vegetal, almidón, por ejemplo, tiene propiedades físicas similares a un plástico obtenido del petróleo. Si no las tuviera no podría ser usado como reemplazo. Sin embargo, la producción de estos “bioplásticos” por lo general tiene una mayor huella ecológica, y como ocurrió en el caso de los biocombustibles, podrían implicar incluso la reducción de los alimentos disponibles para la gente.
Pero dejando a un lado el mayor costo ecológico de producción y el consecuente mayor precio de venta, qué significa que este plástico de origen vegetal pueda ser compostable o “amigable con el ambiente”. Menos de la mitad de la basura en el Perú es tratada adecuadamente (otro dato del MINAM) y las posibilidades de que el artículo en cuestión sea procesado hasta su biodegradación son mínimas.
Recordemos a las tristemente célebres bolsas biodegradables introducidas por algunos supermercados años atrás, cuya “degradación” consistía en partirse en fragmentos cada vez más pequeños, en ausencia de condiciones adecuadas de luz y oxigenación para completar el proceso de degradación. Un “buen” plástico hecho de materia vegetal genera los mismos problemas que el “mal” plástico hecho de derivados de petróleo, pues aún no existen las condiciones para segregar y procesar bien nuestros desechos. Aquí hay todavía un largo camino por delante en el cual se requiere el trabajo conjunto de las autoridades del Ejecutivo, los gobiernos locales y la presión ciudadana sobre el tema.
Por lo pronto, haríamos bien en dejar de considerar que un plástico “bueno” (biodegradable, compostable, o mal llamado “orgánico”) es menos dañino per se. Sin un proceso de disposición final adecuado, de acuerdo con sus características, de nada habrá valido la inversión en el nuevo producto.
Como hemos señalado desde Oceana en el largo debate para regular el consumo y distribución de plásticos de un solo uso, se requiere un cambio de hábitos antes que sustitutos que mantengan la descomunal demanda.
La reducción de la contaminación ambiental por plásticos pasa por reducir severamente su consumo y además extender su vida útil. Si además se dispone de una buena infraestructura de manejo de desechos que garantice su disposición final (relleno sanitario, reciclaje, generación de energía, etc.) con un mínimo de emisiones y subproductos podríamos revertir la tendencia actual. Entre tanto, la solución no está en las alternativas sino en cambiar nuestro comportamiento y en cierto modo querer más al plástico que usamos cada día y no dejarlo ir con facilidad.
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